Yo, El Necio y un pedazo de pan
Para no hacer de mi icono pedazos,
para salvarme entre únicos e impares,
para cederme un lugar en su Parnaso,
para darme un rinconcito en sus altares.
Me vienen a convidar a arrepentirme,
me vienen a convidar a que no pierda,
mi vienen a convidar a indefinirme,
me vienen a convidar a tanta mierda.
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Llegué a México en modo de supervivencia: tenía una carrera por rehacer, dignidad personal que reconstruir y un camino por hallar que me llevara al futuro, porque el presente estaba de espanto. Y llegué con unas tremendas ganas de comerme al mundo, que aun no se me acaban.
Rápidamente hallé lo que buscaba; recuperé las riendas, la esperanza y hasta los kilogramos que entonces me faltaban y que, ahora, me sobran. Y así, trazado un buen rumbo, casi con piloto automático conectado, un día miré atrás.
Pertenezco a la generación de los cubanos nacidos en los sesenta. Si algo fue característico de esta, mi generación, fueron los ideales. Tuvimos ideales. Malos, buenos, utópicos, equivocados, pero nos dieron metas, carácter, dogma y doctrina. Por ello crecimos pintando al mundo en blanco y negro: en malos y buenos, nosotros y ellos, los que teníamos toda la razón del mundo y los que no tenían ninguna. Felices nosotros, pobres los capitalistas y proletarios de todos los países, tan desunidos.
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Yo quiero seguir jugando a lo perdido,
yo quiero ser a la zurda más que diestro,
yo quiero hacer un congreso del unido,
yo quiero rezar a fondo un hijonuestro.
Dirán que pasó de moda la locura,
dirán que la gente es mala y no merece,
más yo seguiré soñando travesuras
(acaso multiplicar panes y peces).
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Fue esa formación la que me condicionó el razonamiento. Pero, a pesar de ello, tuve que entender, en primer lugar, que todo era mentira. Tuve que aceptar que dejé la época más productiva y creativa de mi vida en un cuento mal contado, que estaba, además, condenado a terminar desastrosamente. Que nadie me iba a devolver ese tiempo, que había que apurarse.
Ya emigrante, hube de colocar en su justa medida la falacia maquiavelica urdida por el gobierno cubano, ansioso este por el dinero de los cubanos de fuera de la isla, y que, de la noche a la mañana, pretendía clasificar a los emigrados cubanos en “económicos” y políticos”. Los gusanos buenos, ahora mariposas y los gusanos malos, ahora más malos por ser minoría. Los perdonados y los proscritos. Sin embargo, no era eso lo que había yo aprendido. Siempre me enseñaron que los hombres de bien no actuaban por dinero. Si alguien se iba tras el dinero, era una puta. Aunque fuera una cuestión de supervivencia. Aunque haya que tener pan para que se haga el verso.
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Dicen que me arrastrarán por sobre rocas
cuando la Revolución se venga abajo,
que machacarán mis manos y mi boca,
que me arrancarán los ojos y el badajo.
Será que la necedad parió conmigo,
la necedad de lo que hoy resulta necio:
la necedad de asumir al enemigo,
la necedad de vivir sin tener precio.
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Ese día en que miraba atrás estaba en casa de una, entonces, excelente amiga. Escuchábamos trova mexicana y cubana cuando, sorpresivamente y con alevosía, se me abalanzó “El Necio”. Y mientras Silvio cantaba, yo lloraba. Y para cuando Silvio terminó de rasgar sus vestiduras y de golpetear su pecho, yo ya había entendido.
Había entendido que no hay tal cosa como cubano emigrado por razones económicas. Todos, hasta el último cubano emigrado, somos emigrados políticos, porque aquí nos arrojó la demencia de Fidel. Aquí estamos refugiándonos del caos económico, pero el caos económico cubano lo hicieron los fidelistas y su mierdera manera de entender la economía. Y aqui, en nuestros nuevos países, entonces aprendimos que, después de comer, se puede hablar y hasta gritar. No hay problemas, siempre habrá quien te escuche. Aprendimos que se puede, y se debe, estar en desacuerdo. Y entonces entendí definitivamente que nosotros, los que alguna vez creímos, o que creímos que creíamos, no traicionamos a nada ni a nadie.
A nosotros nos traicionaron.
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Yo no sé lo que es el destino,
caminando fui lo que fui.
Allá Dios, que será divino.
Yo me muero como viví.
Lo mejor que pude...
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PD: Gracias a Silvio por la involuntaria ayuda.
1 comentario:
Muy bueno, Iskan.
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