Cubanistica y otras razones: agosto 2007

martes, 21 de agosto de 2007

El comandante en caída libre

Las llamadas reflexiones de Fidel se han convertido en un chiste. Se dice que ahora, por fin, reflexiona.

El anciano, haciendo honor a lo de genio y figura hasta la sepultura, quiere aun ser el protagonista egocéntrico de todo lo que sucede o está por suceder. Escribe (o mas probablemente dicta a su amanuense) sobre cualquier cosa, de manera alucinada, a trompicones; desde la crítica a la construcción de un submarino en Inglaterra, pasando por una diatriba en contra de los biocombustibles o el destino de dos infelices boxeadores, hasta llegar a su eterna obsesión, los Estados Unidos y, en esta ocasión, su papel en la historia de Cuba.

Tal parece que está apresurado por dejar sus ideas con la esperanza de que algun aburrido aprendiz de historiador las lea en el futuro. Sabe que va cuesta abajo, que ya no podrá vociferar discursos de seis horas desde un estrado, que ya no será mas la figura alta e emblemática, que se está acabando su era y ya no le alcanza el tiempo para decir todo lo que quisiera, para continuar con las ideas compulsivas y las obcecaciones.

Quiere dejar todo listo, como en una atropellada confesión, para cuando llegue el momento de escribir “Patria o muerte” y ya para entonces Patria no sea una opción…

jueves, 9 de agosto de 2007

Crónicas de un país cómico

Voy a escribir sobre mi reciente viaje a Cuba, algunas anécdotas... y algunas fotos (click en las fotos para ampliarlas)... Ademas, tengo la prueba definitiva de que Malanga fue abajo. Pero eso, más adelante...

Día 0, Aeropuerto aquí:

6 de la mañana. La muchacha de la aerolínea revisa los boletos, les da vuelta un par de veces, teclea algo en su PC, mira la pantalla y con cara compungida me dice que no aparecen reservaciones a mi nombre y que, por tanto, no voy a poder viajar en ese vuelo. Y yo, que pagué los boletos hace 4 meses, me sonrío y le digo que busque mejor, que por ahí debe estar la información.

La muchacha desiste y me pasa con su compañera que, sonriente también, me dice lo mismo que la anterior pero que, en una segunda mirada a los boletos, exclama: “Ah, es que son boletos electrónicos, claro que aquí está su reservación…” y así, a pesar de empleada somnolienta de la aerolínea que casi me provoca un infarto, nos vamos al DF.

Día 0, en el DF:

En un viaje normal uno llega a una sala de espera de un aeropuerto y allí hay un grupo de personas leyendo, tomándose un refresco o con una botellita de agua en la mano, conversando en voz baja, con un maletín o maleta pequeña como equipaje de mano. En su momento, los empleados de la aerolínea te anuncian que el avión está listo y comienzan a llamar a los viejitos, a los impedidos, a los de primera clase y después a los demás. Y todos se suben al avión y se van a su destino. Normal. Pero viajar a Cuba no es normal.

Cuando uno llega a la sala de espera, lo primero que llama la atención es la cantidad de equipaje de mano que llevan los pasajeros. Mucho y voluminoso. El ambiente es tenso; los inconfundibles cubanos tienen los ojos dilatados por el stress, mirando escrutadoramente a todo el que llega, al que está al lado. Parecen un paranoico resorte, prestos a saltar ante cada comentario nuevo, ante cada persona que se acerca al mostrador de la aerolínea a preguntar algo, pues esa puede ser información valiosa sobre pesos, sobrepesos, permisos, prohibiciones, sobre lo que dicen que dice que pasa en la aduana cubana y sobre la hora de salida del avión. Y sobre esos temas precisamente giran todas las conversaciones.

Y allí estábamos, esperando, cuando, súbitamente, un empleado de Mexicana de Aviación agarra el micrófono, dice “uno, dos…”, carraspea y seguidamente advierte que se admite sólo una pieza de equipaje de mano por persona y que, si alguien tiene más que eso, puede acercarse al mostrador para que sea enviada la pieza adicional a las entrañas generosas del avión. Los cubanos entonces se miran unos a otros e instintivamente cierran sus manos sobre las asas de maletas, abrazan con frenesí a sus paquetes, con todo el propósito de subirlos a la cabina del avión, a pesar de la advertencia, por encima de la cabeza de cualquiera y ya van a ver si no…

Y como para dar comienzo a ese proceso de rebeldía, todos se paran y se arremolinan en la entrada del túnel que lleva al avión, un grupo sudoroso e inquieto, ansiosos por entrar ellos y sus paquetes, asediando la entrada al avión diez minutos antes de la primera llamada a abordar. Ni la llamada a minusvalidos, ancianos o primera clase logra que hagan lugar; no basta pedir permiso, hay que empujar, atropellar, pasar como por el pasillo del camello. Mientras un mulato, que debe pedir un metro noventa y que está parado en la vanguardia de la turba, cada vez que alguien pasa por su lado en dirección al avión hace un aspaviento y le pregunta al empleado de la aerolínea, “¿Por fin ya me toca a mi?” Y finalmente, despegamos, volamos y aterrizamos felizmente.

Dia 0, Aeropuerto José Martí:

Lo primero que siempre me impacta es la belleza de Cuba: el avión va sobrevolando Pinar del Río y La Habana y es un festival de colores: verdes intensos y frescos, agua por todos lados, el rojo de la tierra, el mar… una belleza. Inclusive, la Ciudad se ve linda. Desde arriba todo se ve lindo. Quizás por eso, si hay un Dios, tiene información equivocada sobre los asuntos de aquí abajo. Pero bueno, todo es efímero, como diría el poeta, y el avión aterriza.

Lo segundo que me impacta es el aeropuerto: pequeño, parece desolado, quizas porque vengo del aeropuerto del DF. Sólo se ven un par de aviones de raras aerolíneas que traen europeos a Cuba en vuelos charters. Y siempre me pasa lo mismo, es la misma sensación de que estoy entrando a un tiempo detenido.

La humedad me espera allí mismo, en la salida del avión, junto a la persona vestida de verde olivo que observa con indiferencia bovina a los que pasan y que no da la bienvenida y ni saluda, sólo mira… Un breve recorrido por un pasillo y una escalera que lleva a un gran salón, lleno de columnas, donde hay un ambiente ocre y que da la impresión de ser de techo muy bajo. En la pared, algunos inevitables anuncios sobre lugares turísticos no logran romper la monotonía y fealdad del lugar. Y en la larga pared del fondo, las garitas de la autoridad migratoria.

Hay que llenar un breve cuestionario que filosóficamente pregunta quién eres, de donde vienes, como llegaste y adonde vas. No traigo pluma, pero hay un stand donde un aburrido señor mira en una TV algo deportivo. Le saludo con una sonrisa, le pido ayuda y el hombre, sin quitar los ojos de la TV, me entrega una pluma que está ante él y me dice “Ponte pa´llá…” y me señala un costado del stand, pues por alguna razón necesita que nadie esté parado justo en su frente. Lleno el papel, le devuelvo la pluma, le agradezco y sigo hacia el chequeo de migración. Todo en orden. Paso una puerta y allí están los legendarios aduaneros.

Hoy viajo en comitiva y por eso llevamos 4 reproductores de DVD, maletas de 25 kilogramos y una maleta de mano casi llena de medicinas. Estuve estudiando las nuevas disposiciones aduanales con mucho tiempo de antelación, haciendo preguntas, buscando experiencias, pero siempre es diferente. Como dice alguien querido, el dragón da un coletazo y todo cambia sin previo aviso. Y a mi me jode que los aduaneros me jodan, así que, declaradamente paranoico, pongo mi equipaje para que lo revisen con los rayos X.

Pasan los DVD y el aduanero pregunta retóricamente “¿Son DVD´s?” y marca la maleta con una tira de plástico. Sigue la maleta con las medicinas, mientras yo me pongo de nuevo el cinturón y recupero reloj y billetera. “Psss, lleva esta maleta pa´llá…” y ese fue el aduanero que amablemente me indica con un movimiento de su barbilla que “pa´lla” es una mesa donde hay una señora con bata blanca esperando. Y voy pa´lla con la maleta de medicinas y la señora de bata blanca me pregunta si traigo algo inyectable y, cuando constata que no es heroína, me deja pasar.

Pagamos por los DVD´s (51 pesos cubanos por cada uno, pues los miembros de mi comitiva, que son los portadores de los DVD´s, son residentes en Cuba) y me voy directo a la salida, pero un pitido me detiene. “Vaya pa´lla a que le revisen la maleta…” Que manera de joder esta combinación de maletas y aduaneros.

Una mujer rubia está en este otro “pa´lla”, al lado de una gran balanza electrónica. Pesa mi equipaje y, como está en peso, no hay un solo problema. “Pon aquella también…” y claro, aquella es la maleta de las medicinas y yo, tipo listo, que hasta los comentarios de sala de espera de aeropuerto escucho, sé que las medicinas no cuentan para el peso. “Son medicinas…”, digo, “A ver… “, dice la rubia en un inexplicable arranque de desconfianza; mira dentro de la maleta y algo llama su atención. “¿Quejeso?”, me dice y jeso es mi cámara fotográfica y la rubia entrecierra los ojos con suspicacia y mira pal otro lado de la maleta y “¿Y eso que é?”, y eso es mi reproductor de mp3 y los ojos de la mujer ahora son unas pequeñas y recelosas hendijas que apenas dejan ver cuanta astucia hay en la funcionaria. La rubia duda un par de segundos, me mira, abre los ojos para verme mejor y decide dejarme ir.

Finalmente, salgo de la aduana y allá afuera me espera gente querida y un calor húmedo del recarajo.


Dia 0: El barrio, el carro y el hombre nuevo


Hay un pariente político que vive por aquí y que alguna vez me dijo que en La Ciudad no hace falta un carro, “Yo me muevo en carros de los de 20 pesos y ya…”. Pero no hay que juzgarlo con demasiada dureza: él es un tipo normal, razonable, a pesar de lo que dice, sólo es medio así…

Bueno, yo no coincido con él. Cada vez que voy a Cuba rento un carro, hasta ahora a particulares, que por 30 CUC diarios te ceden su carrito. Esta vez no fue la excepción: un vecino, al que yo no conocía (mucho tiempo lejos…), tuvo conversaciones con mis padres acerca de su disposición a rentarme su carro y etc. A raíz de eso, tuvimos una suerte de negociación previa por e-mail y, después de preguntarle tres veces el precio de su renta, me dijo que 30 CUC diarios. No me gustó tener que preguntar tres veces, mala espina… Como si fuera poco, comenzó a enviarme listas de piezas que necesitaba para su carro, que si cotízame esto, que si consígueme lo otro… no me gustó ese asunto tampoco, así que, en un altruista corte por lo sano, le expliqué que le llevaría una sola pieza, que cuesta tanto y que debía ser ligera y no complicada para fines aduanales. Más mala espina.

En fin, el carro era un Nissan de principio de los 90, bastante maltrecho. Malos frenos, dirección algo temblorosa, carburación mediocre, la amortiguación ausente, una rueda haciendo “S”, sin aire acondicionado y, para colmo, recomendable vestir overall de mecánico para subir al carrito: el primer día que lo manejé me dejó una impresión en grasa del cinturón de seguridad en mi pulóver. Así es, muy mala espina. Pero mi nivel de exigencia en Cuba se relaja y me pongo comprensivo, no viene uno a hacer comparaciones ociosas, así que tomé el carro. Ajustamos precios, hicimos cuentas y “Descuentas lo que me debes por la pieza del precio del carro…”, le digo, y el hombre se transfiguró. Ese no es el trato, me dice, y yo no conocía ningún trato, así que pregunto que cuál es ese trato y él que fíjate que yo te hago una concesión en el precio, porque es un favor a tus papás y tú también debes hacerme una concesión en el precio de la pieza, porque yo normalmente cobro por el carro 40 CUC diarios y a ti te lo estoy dando en 30, pero además necesito que me pagues todo por adelantado y en fin, ya yo no podía menos que sonreír y le dije que OK, déjame ver mañana, y el hombre debatiéndose entre las dos ansiedades, una por joderme y otra por no perder el negocio y el tipo, a pesar de ser negro, es transparente.

En fin, la pieza costó el equivalente a 120 CUC, que son 4 días de renta y al cuarto día le devolví el carro a su dueño, muchas gracias y estamos chao. El tipo, pues disgustado, la presa ha escapado. No me voy a extender en las razones que le di para que “entendiera” porqué yo no necesito que me hagan favores, que yo pago y espero recibir lo justo a cambio, que su carro, para mis intereses, no era el adecuado, que muchas gracias. Y así terminó el negocio con el tipo listo que tenía toda la intención de salir con un jugoso pedazo de mi presupuesto Cuba entre los dientes. Es curioso que algunas gentes en Cuba piensen que los que estamos en el extranjero padecemos de coprofagia crónica, sin pensar que, si uno está aquí, y sobrevive, es precisamente por no andar tonteando. O por lo menos la mayoría de los que estamos.

Y así, me fui a buscar un carro de los que renta el estado. Pero eso fue el día 4.


Día 2: La playa, que maravilla

Los habaneros tenemos el privilegio de contar con una franja de varios kilómetros de excelente playa a escasos 20 minutos de la Ciudad. Y son playas estilo Caribe, que son, por mucho, las mejores del mundo. Y el que no lo crea, que se dé una vuelta por las playas del Pacifico…

Yo voy a Cuba en esa época infernal que es Julio-Agosto por varias razones y una de ellas es la playa. Cuando llego a Cuba se me nota lo “de afuera” a la legua, pues yo aquí me he despigmentado y hasta por blanco paso. Por eso, en aras de evitar un melanoma fulminante, me compré un bloqueador solar Banana Boat, factor 50, tamaño familiar, que me costó 10 USD en el norte revuelto y brutal, y que, al ponértelo, equivale a estar sentado en la sala de tu casa, aunque estés bajo la radiación nuclear del sol cubano. Que maravilla.

Y el primer día que fui a la playa, mientras caminaba hacia la orilla, extasiado, mirando arena, agua y cubanas, se me cayó el tubo de bloqueador, tardé un minuto en darme cuenta, regresé, y ya no estaba. Carajo, relampagueantes mis paisanos. Era mediodía, hora fatal, así que de inmediato dejé a mis hijas bañándose y me fui a varias tiendas de la cercanía las cuales, por esas extrañas razones de un país cómico, no tienen bloqueador de sol. En la playa. En pleno verano. Ya entonado, regresé a la playa, resignado a sentarme a la sombra, le ronca el mango, cuando el parqueador me ofreció su bloqueador, “me lo regaló un yuma, échatelo, no hay problema…”. Tipo buena gente, en la segunda entrada que está entre el Atlántico y el Marazul, que ya no se llama Marazul. Dos días después encontré un bloqueador de sol factor 30, de procedencia argentina, en una farmacia en el Comodoro, a 22 CUC un tubito de 150 mL. Y menos mal, porque ya parecía yo una langosta hervida.

El hielo es otro asunto cómico. Hielo en un país tropical, en verano, suena a cosa imprescindible. Pero en Cuba tales cosas no lo son. Me prestaron una hielera portátil (o nevera portátil, le dicen en Cuba) y entonces el problema fue donde conseguir hielo. Que si en algunos Cupet o en algún Oro Negro, pero eso a veces, ya sabes, se pierde. El primer día yo tuve que ir a cuatro gasolineras Oro Negro para encontrar gasolina especial. Y si eso es con la gasolina, que dejamos para el hielo. Desconsolado, casi devuelvo la hielera cuando… apareció Caridad. Caridad, Cacha para los conocidos, hace hielo en su casa y te vende el jarro grande a 5 pesos. Previo aviso, te puede reservar unos 3 ó 4 jarros y así puedes enfriar tus refresquitos y cervecitas. Que viva el espíritu emprendedor y Cacha, la micro-empresaria que descubrió un sector de mercado y lo explota… por el momento.

Por cierto, las fotos son en Santa Maria, con la gente allí... y de lo que dejan cuando se van. Y eso no tiene que ver con la política sino con la cochinada de muchos allá.


Día 4, el tur…


Definitivamente, si uno puede permitírselo, es absolutamente recomendable alquilar un carro oficial, los llamados tur. Son bastante más caros que un auto privado, pero tienen aire acondicionado, están en buenas condiciones generales, tienen un seguro que cubre accidentes, etc.

Con esa idea, rentar un tur, me levanté ese día, agarré el teléfono, la guía telefónica y al cabo de 20 minutos logré hablar con un “punto de venta”, es decir, donde se alquilan los carros. “90 CUC diarios… esa es la opción económica”, me dijo la voz y yo pensé, ”Jone…”, me despedí y colgué. Entonces me acordé de un cuasi amigo que tuvo que ver con ese gremio, hallé su número y le hablé. Me dio dos o tres tips, que, para no hacer el cuento largo, me llevaron al aeropuerto José Martí.

Allí hay dos o tres agencias para renta de carros en el interior del edificio. No sé porqué tantas, se preguntaría uno, ya que en Cuba no existe la libre competencia, pero… compiten. En la primera pregunté por el mismo carro opción económica. “85 CUC diarios…” y me fui a la segunda agencia: “80 CUC…”, pero me recomendaron que hablara con quién estuviera en unas garitas que están fuera del edificio, en el estacionamiento de los tur, a ver que se resolvía allí. En la primera garita, nadie; en la segunda, “85 CUC…”. Cuando me alejaba de la garita salió un tipo corriendo de adentro del edificio, “Oiga señor, vaya a la primera agencia…”. En la primera agencia estaban dispuestos nada menos que a hacerme un favor (a estas alturas yo estaba realmente divertido) porque, ya sabe, tenemos mucha demanda, temporada alta, en fin… Si se espera unas horas quizás devuelvan un carro de 75 CUC. No, me voy. No, mire, mire, señor… esteeee… déjeme hago una llamada, ajá, tráelo para´cá, pero rápido y fíjese, hay uno ahí en la base que no es de aquí, pero se lo puedo alquilar, ¿en cuanto?, en 70 CUC, pero eso es ya con un porciento de descuento, ¿me entiende?, y yo que no, me voy, oiga, mire 67 y ya me tuve que reír y preguntar, “Compadre, ¿este negocio es de Uds?, porque este tipo de descuentos nada mas los da el dueño, no los empleados…” y , je, je, bueno, esteee… y alquilé el carro, cuyo precio, por arte de la mafia que tienen las agencias de carros en Cuba, bajó de 90 CUC diarios a 67.

Y aun creo que me tumbaron dinero…


Ese mismo día, manejando en Cuba:

Lo mejor que hice, sin dudas, fue alquilar el tur. Aire acondicionado, todo funcionando y el respaldo del Estado Cubano en caso de accidentes o averías. No se puede pedir más. Y eso es importante, porque manejar en Cuba es muy, pero muy peligroso.

Apenas hay señalizaciones, las calles están mal iluminadas o totalmente oscuras; hay muchos baches, enormes, no hay carriles marcados, no hay advertencias sobre curvas, desvíos, intersecciones, velocidades, en fin, un desastre. Y en medio de ese desastre voy yo manejando a las 9 de la noche por la calle 100, en el tramo que va desde 51 hacia la avenida Boyeros, en medio de un intenso aguacero. Voy manejando por la izquierda, a la usanza local, pegado a la línea central para no perder el carril. Ese es uno de los pocos tramos de la Ciudad donde se puede manejar a 60 km por hora, pero yo voy a 50, por la lluvia y la oscuridad. Voy bajando la curva que bordea Poggolotti y al final tomo la recta que lleva al puente que cruza sobre la autopista que va a Pinar del Río.

Justo antes de comenzar el puente paso sobre la línea de tren, que lleva desactivada muchos años, pero cuyos raíles aun atraviesan la calle, por razones sentimentales quizás. Inmediatamente comienza la subida del puente, acelero un poco y de pronto, sin más, aparece enfrente de mí el separador del puente, que se ensancha en ese punto, invadiendo casi un metro de calle a cada lado. Como voy pegado a la izquierda, no veo bien por la lluvia, no hay señalización que te advierta que hay un separador desparramado y acechando en la oscuridad y yo no me sé de memoria el recorrido, impacto con el separador con la rueda izquierda, el carro se inclina hacia la derecha, amenazando volcarse, lo enderezo de milagro y regresan las 4 ruedas al pavimento, una de ellas deformada por el choque.

Mis hijas estaban aterrorizadas, yo asustado y tremendamente encabronado, despotricando contra la estupidez, desidia y tercermundismo del Mecanismo, que sólo se preocupa porque se maneje a 40 km por hora y con ello da por resueltos todos los problemas de tráfico. No ayudó a mejorar mi ánimo tenerme que poner a cambiar la rueda bajo la lluvia y en la oscuridad.


Al día siguiente, varios lugares:

Base de Havanautos en la rotonda de la CUJAE:

Llego en el carro para que me sustituyan la llanta y goma averiadas. Unos tres hombres conversan, despatarrados en la garita de entrada. Me miran, me ignoran y siguen conversando. Apago el carro, me bajo y enfilo hacia el interior del edificio, siguiendo el letrero que dice Gerencia. Hoy me siento mal, algo jodido por el entorno anormal en que estoy metido. Y subí mis niveles de exigencia. Comprensivo, un carajo. Vaya, ando imperfecto.

“¡Psst, eh!” y eso es para un perro, no para mí, y sigo caminando y “¡Señor, oiga, señor!” y eso está mejor y me detengo, esperando a que llegue a mi lado la persona que abandonó la garita a paso doble al verme tomar camino del interior del edificio. Cuatro días en Cuba son mas que suficientes para que ya uno no espere un “buenos días”, ni “en que puedo servirle” ni “gracias” ni ninguna de las formulas de amabilidad que usa la gente en otros lugares. Y de pronto me siento cómodo en la incivilidad y mi mujer desaprobaría mi actitud; pero yo ando cabrón, no echar margaritas a los cerdos, dicen que se dice acerca de esta situación. “Oye, ayer tuve un percance y se jorobó la llanta… pa que la cambien” y me doy cuenta que son el tono, la sintaxis y la frase adecuados para las circunstancias. El tipo toma la llanta y, sin decir una palabra, se va a lo que parece un taller. Regresa a los 15 ó 20 minutos con una llanta aparentemente en buen estado pero, cuando la miro con más cuidado, me percato de que es la misma averiada, enderezada a martillazos. Entre la llanta y la goma aun se escapa aire con un ligero siseo. El mecánico la coloca en el piso, va por una mandarria y golpea la llanta hasta que deja de sisear. “Yo no quiero esa goma, quiero una nueva…” y el mecánico me mira con cara de “pobrecito este tipo” y me dice que allí no tienen llantas para este tipo de carro, y ¿entonces?, pregunto, pues no sé, me dice y siento una presión creciente en las sienes, cuando llega un carrito y el mecánico me dice, Ah, mire, el administrador de no sé que cosa.

Allá se van el mecánico y otro tipo que se le une y conversan con el administrador de no sé que cosa, con abundancia de ademanes, señalando de vez en cuando hacia el carro. Hacen una pausa y el administrador de no sé que cosa habla por un radio y me espanta escuchar que pregunta donde se puede conseguir una llanta de ese tipo en Ciudad Habana. Es alarmante, ya estoy teniendo un problema de proporciones casi globales. Le responden algo que no alcanzo a escuchar y el tipo que se les unió regresa a mi lado y me dice, “Mira, eso tú lo consigues en el casco histórico. Vas allí y habla con el jefe de la base en cualquier hotel y…”. Se detiene cuando ve mi mano alzada pidiéndole un time, un break, una pausa en el absurdo. Respiro profundo y le digo en voz baja y pausada: “Mi amigo, yo no voy a ir ninguna parte. Por lo que yo estoy pagando por ese carro, hace media hora que Uds debían haber resuelto este problema, ¿tú no crees?…” Y el hombre se arrasca la cabeza y me dice que simplemente él no tiene solución ni el administrador de no sé que cosa y yo doy media vuelta, me monto en el carro, me voy camino hacia el aeropuerto, donde alquilé el carro, y me voy pensando en la falta que le hace a este triste pais un capitalismo brutal combinado con un estado de derecho. Algo así como un rabo de nube, que se llevara lo feo y nos dejara el querube...

Y de nuevo en el Aeropuerto José Martí, en la agencia primera, donde me dicen… ¡que ese problema lo resuelven en la base de la rotonda de la CUJAE, que fuera para allá! No es necesario que relate lo que dije y como lo dije. El hecho es que apareció la llanta, una goma nueva y un chofer que me llevó a otra base donde, por fin, me dieron el servicio.

¿Cómico o triste?


El día después que terminaron los Panamericanos, la frase más tremebunda.

Siempre hay una frase que a uno lo deja pensativo. En Cuba se escuchan muchas: en la calle, en tu casa, en la del vecino, pero las mejores están, en mi opinión, en la TV, en el Noticiero Nacional de Televisión.

La profesión más triste que se puede ejercer en Cuba es la de periodista. Estos pobres, o son voceros convencidos del régimen y sólo repiten lo autorizado, orientado y aprobado por el Mecanismo o son unos idiotas. Cualquiera de las dos variantes lleva al mismo resultado. Y no hay lugar mejor para disfrutar el espectáculo del periodismo cubano que el NTV.

Y allí, ese día después de los Panamericanos, un comentarista deportivo, cuyo nombre desgraciadamente no recuerdo, dijo la siguiente perla:

“Nuestra delegación conquistó exitosamente un honroso segundo lugar con una labor excelente. Por su parte, la delegación estadounidense ocupó el primer lugar con un desempeño decepcionante…”

¿Qué más se puede decir…?



Día 5, Los tiburones.

En Cuba se han acuñado frases y modismos que se refieren a como sacar ventaja de algo o alguien: arañar, tumbar, joder, jinetear… Todas van sobre lo mismo. Pero ya estas frases han caducado, se han quedado cortas, remisas, ya no explican lo que sucede. Y es que ahora hay tiburones. Y como tales vienen a arrancar el trozo mas grande que puedan morder, a dejarte sangrando, a ti, al bobo que viene de “afuera” a tratar de negociar con los pícaros “de adentro”.

Ya escribí sobre un par de ellos más arriba: el tipo del carro particular, los tipos de los carros oficiales. Sólo la presa es la misma, pero los tiburones están en todos lados y son de todos tamaños. Desde el parqueador que juzga por el carro que traes y te dice que sus servicios valen 50 centavos CUC, cuando lo habitual es que le paguen con 5 pesos cubanos, la señora de la catedral que no se deja fotografiar la cara si no pagas y la cubre con su abanico, con gesto elegante, pasando por los mercaderes underground de pescados, mariscos y carne, los vendedores de artesanías, que te saludan con un "Hola..." y se quedan con la mirada de duda sobre si eres o no eres, hasta llegar a los traficantes con serigrafías, grabados o arte.

Tuve la oportunidad de visitar una feria que está instalada en el Pabellón Cuba, ArteRampa creo que se llama, donde se expone desde bisutería de alambre hasta serigrafías de artistas cubanos. Y precisamente en la entrada, en el primer stand que uno encuentra, hay una bellísima serigrafía de Fabelo.

A mí siempre me gustó Fabelo; ese coqueteo con lo surrealista, bien concebido, bien dibujado. Y desde mi lugar, mientras hacía la cola para pagar la entrada a la Feria, la vi. Y fui a verla de cerca, “¿La venden?” y la mujer me mira, enfoca, me aquilata y entonces decide sonreír, “Claro, pase por favor…” y paso y miro y un pequeño letrero dice 40 CUC. La serigrafía es una imagen de mujer, torso desnudo, en una taza, tonos azules, sensual, agradable, bonita. Miro otra vez y entonces, jone, dice 400, espérate, me había faltado un cero, 400 CUC por la serigrafía, ´tán locos está gente y, “Señora, ¿no hay un lugar donde se consiga un precio (la palabra que me venía a la mente era razonable) más bajo?” y la señora sonríe condescendiente y me asegura que no, que va, este es un precio de ganga y yo, que no sé de arte, pero que tengo amigos anticuarios, sé que una serigrafía no es arte y además sé que, por 400 CUC, puedo comprar un original pequeño de un pintor contemporáneo. Pero a mí me gustó esa serigrafía. Mucho.

Y después de un par de telefonazos voy a parar a un taller de serigrafía en la Habana Vieja. Una ajada recepcionista me mira con curiosidad y envía un recado a la persona por la que pregunté. En menos de un minuto aparece el tiburón, que me aquilata y también decide sonreír. Últimamente tengo ese efecto en la gente. Me lleva a un pequeño cuarto sin ventanas, donde el olor a humedad es el más intenso que recuerdo haber sentido. En una mesa se amontonan papeles y latas manchadas, que el tiburón aparta de un coletazo. Toma de un rincón una gran carpeta, la abre y allí tiene muchas serigrafías. No está la que yo busco, cosa que él ya sabía, pero hizo su intento. Finalmente, obtengo otro teléfono y un nombre, allí la vas a encontrar, me dice.

El teléfono me lleva a otro taller de serigrafía, donde otros dos tiburones se disputan mi atención. Después de mostrarme más carpetas, repletas de serigrafías, de hablarme de oportunidades únicas y pintores emergentes, suspiran ante mi necedad y obstinación y, por fin, traen al tiburón que tiene la serigrafía que busco. Es la misma que había visto antes, seductora, encantadora, no le puedo quitar la vista de encima. Pero hay un foco amarillo encendido en mi zona paranoica: el tiburón dijo, “Aquí está la pieza…”. La pieza, no la serigrafía. Titulo nobiliario. Mala espina, de nuevo.

Y claro, el precio de una pieza no es el mismo de una serigrafía. 200 CUC quiere por la pieza. Y aunque ya es la mitad de lo inicial, sigue siendo atroz. De acuerdo a mis anticuarios, las serigrafías son cazabobos (y yo estoy babeando por esta) y su valor no excede, en el mejor de los casos, 50 CUC. Yo le ofrezco 100, porque me gusta, porque para mí tiene valor sentimental y ornamental, pero hay que estar claro, no es arte coleccionable ni nada por el estilo. Es sólo un papel, casi una fotocopia. Pero no, él quiere 200 CUC, quiere otro trozo jugoso de mi patrimonio que no le voy a entregar.

Y así me fui, penando por la serigrafía, pero negado a dejar que los tiburones me desangraran.


Un día, Canímar.


El río Canímar desemboca en la bahía de Matanzas y es atravesado por un puente que está a la salida de la ciudad de Matanzas hacia Varadero. Nunca lo ve uno, pues casi siempre se pasa rápido por el lugar camino a la playa. Pero Canímar es un lugar bello. Un amigo matancero me recomendó que lo visitara, pues hay un recorrido en yate río arriba, espectaculares farallones, hay botes, motos acuáticas, una playita y algo para comer. Y para allá fuimos.

Llegamos temprano, en una bella mañana, contentos, alegres. Ni siquiera un policía nos detuvo en todo el trayecto. Uno accede al complejo turístico de Canímar bajando por una estrecha carretera que sale de un costado del puente. Después de descender unos cientos de metros se llega a la margen del río y al complejo turístico. Bajamos del carro, vamos a la entrada y nos corta el paso un amable guardia de seguridad.

“Venimos al recorrido del yate…”, le digo sonriente y… “No, es sólo para organismos, previa coordinación…”. Parecía una broma y yo estoy de buen humor, de hecho me siento organismo, pluricelular, superior y la coordinación, pues, caramba, ya estamos aquí y… “No, no se puede…”, “Pero, ¿por qué? Queremos pasear, pagando, no de gratis…”, “Es que hay que avisar previamente a guardafronteras, por seguridad…” y entonces se me prende el foco. “Ah, ¿Para que no se lleven el yate?”, y el guardia sonríe triunfalmente ante mi ataque de genialidad.

“Mire”, le digo, “ya nosotros vivimos en el extranjero, y para allá regresamos en unos días, pero en avión. De hecho somos los pasajeros más seguros que ha tenido el yate…” Pero ya se acabaron los argumentos. No se puede hacer nada cuando se trata de organismos y previas coordinaciones. Compungidos ya nos íbamos, cuando el guardia dice, “Pero pueden ir por tierra…”. Y es que resulta que el recorrido del yate es entre este punto en la desembocadura y un lugar que se llama La Arboleda, que está algunos kilómetros río arriba, y al que se llega tomando la carretera Central en dirección a Santa Clara, desviándose por una deliciosa carreterita de un solo carril de anchura y que a los 4 ó 5 kilómetros te lleva hasta la margen del río y a la Arboleda.

Excelente lugar, campestre, con un río limpio para bañarse, banana para joder un rato, carne de puerco asándose en parrillas… y una atención que oscila entre mediocre y peor. Pero esto último puede uno obviarlo, pues los matanceros son amables y las matanceras están muy buenas. A la salida de ese lugar hay un restaurante que se llama La Finca, con un mirador desde el que se domina el valle de Canímar; hay allí comida criolla, animalitos sueltos, buena atención y aun mejores precios. Yo me comí un omnipresente bistec uruguayo, bien condimentado, bien hecho… y calabaza con mojo, cultivada in situ.

Por cierto, allí tomé la foto de la cabeza de la gallina de guinea, de la que estoy particularmente ufano porque esas gallinas no se están quietas ni un minuto y me costó un buen rato lograrla...

Fin del comercial.


Cualquier lugar, cualquier momento: los carteles


Los carteles espectaculares o pancartas son en Cuba son un reflejo del anquilosamiento de la vida nacional. Cuando los leo, tan ridículos, tan politizados, tan estúpidos, casi extraño la polución visual que sufrimos aquí en México con tanto anuncio publicitario.

Y siempre me llaman la atención y cada vez que he estado allá me había hecho el propósito de fotografiarlos. Y siempre se me olvidó. Esta vez les di el encargo a mis hijas y ellas lo hicieron mientras yo me arrastraba el tráfico de la Ciudad. Y aquí están algunos de los que vimos:






Este está en la misma esquina del Coppelia







En la otra esquina, donde había una tienda de música (ahora no sé que es), está este otro:






Cuando sales del tunel, hacia la playa, te saluda este justo reclamo de libertad para los espías...







Hay cosas que no cambian...






Antes eran las banderas de Cuba y URSS y aquello de la ayuda solidaria y desinteresada y la amistad eterna entre los pueblos... hoy Venezuela está de moda...mañana, ¿los chinos?





Esta es una frase que produce alivio: es bueno saber que se van a quedar con las dos cosas, que no se las van a dar a más nadie...







Este es una maravilla....






Y este es el mejor de todos, el cinismo en estado puro:











Finalmente, la prueba...

Yo creo que Malanga ya no levantó. Más bien, está en el declive que debe tomar un anciano de mas de 80 años con un par de metros menos de intestino, enfermo y egocéntrico. Pero esta imagen puede constituir una prueba de que, si no fue abajo, ya casi... La foto se llama "huele a muerto". Dale click... :