Cubanistica y otras razones: El suicida

jueves, 17 de abril de 2008

El suicida

Hace rato que no pongo un cuentecito. Ésta es una historia optimista que me gusta.

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El Suicida

Tres días antes de suicidarse a Jesús se le ponchó la bicicleta. “Cojones…”, y fue para lo único que le alcanzó la ultima brizna del aliento que había ido dejando en cada metro a lo largo de la cuesta que acababa de vencer.

Jesús es un tipo sano. Mide un metro ochenta y pesa cincuenta y nueve kilogramos. Está algo flaco, es cierto, pero es pura fibra: no hay una gota de grasa sobrante en su cuerpo, tiene la cantidad exacta y recomendada de colesterol, triglicéridos y fosfolípidos, con parámetros que dejarían satisfecho al más exigente de los médicos de ricos. Todas sus células están trabajando en armonía y su corazón en reposo no rebasa las 70 pulsaciones por minuto. Puede cubrir en bicicleta en apenas 25 minutos la distancia entre San Agustín y Santos Suárez, y eso teniendo en cuenta que en la parrilla lleva a su mujer, que sólo padece de migrañas y que es candidata a padecer presión alta, diabetes y varias cardiopatías, pero eso hasta dentro de veinte años, y que mide un metro con sesenta y nueve centímetros y pesa sesenta y cinco kilogramos, de los cuales un observador diría que unos veinte deben estar ubicados en las abundantes nalgas, lo que indicaría que el treinta por ciento de su masa corporal la tiene en el culo, proporción sólo superada por camarones y langostas, lo cual confirmaría la bonanza del Caribe para alcanzar este tipo de resultados.

Y así Jesús traza mentalmente un plan de contingencia que incluye qué hacer con la bicicleta ponchada, qué hacer con su mujer, qué hacer para que deje de hablar todo el tiempo, sin parar, que hacer para que deje de elaborar escenarios cada vez más sombríos, que si puede llover, que no hemos comido, que la niña la está cuidando mamá, pero tú sabes que ella se cansa, que donde coño podré tomar agua y el sudor le empapa generosamente la cara y el pecho y hasta los vellos de los brazos, tostados por el sol, se ven húmedos y al fin echan a caminar y se consuela pensando en que las cosas siempre pueden empeorar, la bicicleta pudo poncharse antes de subir la loma pero entonces no habría tenido que pedalear con la mujer sentada en la parrilla pero hubiera tenido que subir a pie y la charla que antes no escuchaba por tener el viento en los oídos hubiera sido mas larga y así es, las cosas siempre pueden empeorar y en un rato ya el sudor sólo es una película blanquecina de sales que le cubre las sienes y que se frota con el envés de la mano, mirando con curiosidad renovada las diminutas y brillantes partículas que ahora han quedado adheridas a los vellos de las manos: nadie que sude tanta sal puede ser tan salao, ya no le debe quedar nada de sal en las entrañas, a no ser que sea uno un tipo hecho de sal con una brizna de hueso y carne y de veras que a veces lo parece. Depende de como se vea.

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Dos días entes de suicidarse Jesús, llegó de México un tío político de su mujer. Era un mexicano enorme, de un metro ochenta y seis u ochenta y ocho y con una masa corporal que Jesús ya no calcula pero coño, este tipo no creció comiendo maíz y frijol, con ese corto cuello de toro, del mismo ancho de la cabeza y la cabeza flanqueada por unas orejas diminutas y pegadas al cráneo, los ojillos de cerdo cebado, demasiado cercanos uno al otro y el pelo cortado a lo militar, bien corto, erizado y brillante por el sudor, un triple pliegue de grasa en la nuca y una barbilla diminuta, todo ello atornillado a un torso que parece un tinaco de agua de quinientos litros y que suda como una esponja sin exprimir, resoplando en lugar de respirar y tronando con una voz que no puede ser menos que de aquel azteca o zapoteca o masagua o lo que sea pero tan descomunal es que parece llenar la sala cuando se detiene un momento antes de sentarse a la mesa con crujido de silla y rechinar de la mesa atropellada, pide un ventilador a gritos y señala, con la mano en la que sostiene un ajado y empapado pañuelo, a un hombre gris que se ha hecho perceptible al sentarse el tío de la mujer de Jesús y que mide un metro sesenta quizás y que debe pesar unos setenta kilogramos y al que le cuelga de un hombro una cámara fotográfica que se ve complicadísima y al que el tío de la mujer de Jesús identifica como su cuate y al que conmina a sentarse, chingada madre, y que no se quede mirando embobecido a mi sobrina, que es la mujer de Jesús, chingados, y el puño enfático cimbra la mesa, está bien que no hayas visto mujeres guapas en toda tu pinche vida por haber vivido en el pinche DF, puta madre, pero esto es familia, así que qué no esté de pinche mirón y el cuate sonríe sin sonreír y al fin se sienta a la mesa también y coloca sobre la mesa un frasco de vitaminas tamaño familiar cuya etiqueta esta oscurecida por el sudor y la mugre que le ha dejado el roce de las manos y que Jesús observa con curiosidad mientras a su vez coloca sobre la mesa la inevitable botella de ron y unos vasos y entonces el cuate gris toma uno de los vasos, le quita la tapa al pomo de vitaminas y se escancia un licor ámbar que resulta ser güisqui, de su reserva personal que el mezquino cuate gris administra con tal cicatería que le ha impedido traer la botella entera y Jesús y su mujer y su suegra y un cuñado que se apareció con su mujer a su vez, todos escuchan la explicación que el tío de la mujer de Jesús brinda acerca del motivo de que a esta mesa de familia humilde donde se agasaja a los convidados con ron, limones y tres kilogramos de carne de puerco que ya se fríe entre silbidos y crujidos, se siente el cuate gris que se trae unos doscientos cincuenta mililitros de güisqui para su consumo personal. Que vida de mierda, pensó Jesús al verlos marchar, ebrios y ahítos, ya bien entrada la madrugada.

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Un día antes de suicidarse Jesús, su mujer abrió la enorme bolsa multicolor que su tío había traído con regalos para la familia y comenzó a vaciarla, sacando seis camisas, cuatro pulóveres, tres conjuntos de vestir para mujer, dos pares de zapatos de hombre, tres pares de zapatos de mujer, una muñeca Barbie, tres linternas, una de ellas sin foco, dos frascos mediados de perfume, algunos cosméticos, unos analgésicos, un frasco de champú, dos relojes de imitación para mujer, diez maquinillas Gillette, azules y desechables, dos paquetes de goma de mascar Clorets, un paquete de cincuenta gramos de café orgánico, tres cintas de video VHS, un paquete de cuatro pilas alcalinas doble A en el que sólo venían tres, una cinta para el pelo, seis plumas de tinta negra, cinco plumas de tinta azul, dos gorras, una con anuncios de una compañía de seguros y otra anunciando a un equipo de béisbol de Grandes Ligas, cuatro cepillos dentales nuevos, uno usado y una dentadura postiza en la que faltaban un par de dientes. La mujer estuvo unas horas probándose los conjuntos y combinaciones posibles, intentando calzarse unos zapatos del cuatro y medio en sus pies de veintiséis centímetros y terminando por imaginar como luciría si le sirvieran, estrujando la lista de conocidos a ver a quién se le podían vender. Para la noche de ese día lo más significativo que sucedió fue que todas las cosas que estaban en el maletín fueron repartidas, a pesar de ser en su mayoría usadas y de medidas desiguales y por tanto despersonalizadas y que el cuate gris pasó a recoger la cámara fotográfica y el pomo de vitaminas que había olvidado el día anterior. A Jesús le tocó un cepillo dental nuevo.

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El día del suicidio de Jesús amaneció plomizo y lloviendo, gris, como debe ser un día para suicidarse. Jesús, mientras escuchaba el tamborileo de las gotas en la tapa metálica de los tanques de agua, recordó que en alguna parte había leído que la mayoría de los suicidios ocurren en la madrugada por algo relacionado a la conjunción de los estados físicos y mentales que a esa hora ocurre. ¿O había sido acerca de que los enfermos terminales mueren a esa hora? Ya no recordaba a ciencia cierta pero lo que sí recordaba es que su mejor amigo de la Universidad se ahorcó a los dos años de graduado, en un tórrido mediodía de julio sin que hasta ahora se supiera por qué razón, y que una novia de algún momento también había intentado suicidarse, comenzando a las siete de la noche y reportando por teléfono, en vivo, el progreso del suicidio, sin decir en que lugar estaba y provocándole una de las peores noches de su vida pues la muerte de la muchacha le hubiera sido insoportable. Cuando la encontraron, inconciente pero viva, a Jesús le regresó el alma al cuerpo. Pero por ese entonces, quién le iba a decir a Jesús que este día gris era la última oportunidad para esa su alma. Por cierto, siguió pensando Jesús, nadie ha visto el alma pero es necesario que ésta exista porque, si no existiera, ¿qué comparecería a rendir cuenta por lo hecho en la vida? Es decir, el alma debe ser la esencia del ser humano aquí y su representante allá. Qué interesante, y la lluvia arreció. Pero, ¿qué le reprocharán a mi alma? y ahora Jesús frunce el entrecejo en el recuento. Es cierto que no he amado a ningún Dios pero, si hay alguno, tengo entendido que es de misericordia así que eso no es preocupante. ¿Y qué tal eso del nombre de dios en vano o en serio…? Si hay un Dios, seguro debe estar por encima de esas mierdas. Es cierto que no le dedico un día, es más, no le dedico nada de tiempo, pero no veo porqué debe ser así siquiera: si hay un dios, es para todos los días, para todo el tiempo, así que, ¿qué coño va a hacer entonces dios con un día de mí tiempo? ¿Y qué decir del viejo y la vieja, si son mi principio y mi fin? Y aunque haya dicho alguna mentirilla por ahí, nunca robé, nunca asesiné, nunca he idolatrado, ni a vivos ni a imágenes, nunca he lucrado con la tristeza ajena; de las mujeres, libres o del prójimo, que he deseado y tenido, no me arrepiento, pero eso será un pecado menor, supongo, unos milenios en el purgatorio y me voy. Pero al pensar en mi alma, me pregunto, ¿qué podrá contar cuando la convoquen a declarar? Mucho trabajo, honradez, casi cuatro décadas de vida y no logro traer pan ni para mí ni para mi familia y eso que soy de las personas más inteligentes que hay, según mi madre. Más aun, ¿ante quién comparecerá mi alma, a quién le rendirá cuentas? Sería terrible llegar a ese inmenso lugar atestado de almas impacientes y no encontrar a nadie que te esté esperando, que te escuche, bien porque Aquel anda ocupado en otras cosas o porque simplemente no está. Terrible. No hay Nadie. No habrá Nadie. ¿O será que de veras está ocupado creando o destruyendo mundos? Debe ser, así debe ser, los crea y después los deja solos a ver que sucede, se asoma una vez cada Era y se va. Como la imagen de la eternidad: una mariposa viene cada un millón de años y besa una esfera de hierro del tamaño de nuestro planeta; pues primero se gastará la esfera por efecto del beso antes que finalice la eternidad. Inmenso asunto. Mientras, en algunos mundos surge el hombre o algo equivalente y crea leyes, instituciones, religiones, guerras, asesinos, pederastas, y todo en nombre de ese que una vez estuvo y ya no vino más y que no tiene tiempo para escuchar a mi alma atribulada que, mira, ni cojones, yo no me mato ni me muero ni nada parecido, si este asunto es mío, yo lo resuelvo, al cabo está interesante, que se muera otro. Y paró de llover y Jesús se levantó de la cama, en el medio de un mediodía más gris, más húmedo y más tórrido y se echó a reír.

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Un día después de no suicidarse Jesús, amaneció soleado.

4 comentarios:

Al Godar dijo...

Iskan,
Cuanto he disfrutado estos minutos que acabo de pasar trasteando en tu blog!
El suicida está muy bien.
El moribundo muy acertado.
Los widgets, deliciosos.
Felicitaciones!
Saludos,
Al Godar

Anónimo dijo...

Gracias AL, nos seguimos leyendo...

José R@úl dijo...

Me gustó mucho tu escrito "El Suicida". Leer algo largo es muy cansado; pero cuando uno lee algo así es al contrario, quiere leer más. Quedé entusiasmado, muy bueno.

Iskan el Cubano dijo...

Gracias JR, de vez en cuando pondré alguno...