Receta
De vez en vez, una historia de esas que pueden ocurrir, ¿por qué no? Esta, por ahora, se llama "Receta"...
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“A ver, deja ver… mira, vamos a ver cual comida hacemos…” y el hombre estaba entusiasmado con el libro de recetas que le había llegado en paquete enviado de allende por su familia.
“Pastel de cebolla, este mismo… a ver, seis cebollas grandes”, y la mujer lo mira y le dice “¿Cuán grandes?”, pues como del tamaño de un puño y el hombre le muestra el puño de su mano izquierda, que la mujer mira cavilando y oye, aquí no hay cebollas de ese tamaño, ah, pues tendrán que ser unas… ¿diez o doce?, es decir, como dos mazos y medio más o menos, coñó, ¡un dólar!, termina de computar la mujer. Ajá, pues ya está la cebolla, ve anotando, dice el hombre y la mujer anota “Un dólar”. Una taza y cuarto de harina, anuncia el hombre y oye, ¿una taza es como una latica de leche condensada, no?, y el hombre hace una breve abstracción metrológica y “Yo creo que un poco menos…”, dice al fin. Ajá, dice la mujer, dos laticas de harina de maíz, y se dispone a anotar y oye, oye, no, de trigo, harina de trigo, dice el hombre, ah, y el lápiz queda suspendido en el aire, eso debe costar como un dólar y medio o dos el kilo, ¿no?, dice la mujer y anota: “Dos dólares”.
Cuatro huevos, sigue diciendo el hombre y la mujer hace un breve cálculo y anota “Cuarenta quilos de dólar…”, y el hombre se frota las manos satisfecho y prosigue entusiasmado, “Dos cuartos de libra de mantequilla” y la mujer suspira, coloca el lápiz sobre el cuaderno, y ambos en su regazo, mientras mira al hombre que, ya en plena euforia, sigue dictando, “Un cuarto de taza de crema de leche espesa” y la mujer levanta la cabeza y sonríe. “Una taza y media de queso gruyere rallado” y la mujer deja escapar una breve carcajada a la que el hombre hace poco caso. “Dos cucharadas de mostaza Dijon”, dice entusiasmado y la mujer lo mira perpleja. Ah, y pimienta y sal al gusto, y la mujer suspira.
Y entonces mezclamos la harina y la mantequilla y hacemos una masa y la horneamos y mientras las cebollas las cortamos en rebanadas finas y las cocinamos en un par de cucharadas de mantequilla a fuego lento hasta que se pongan doradas como caramelo, y la mujer observa como el hombre exultante describe la receta, y entonces cubrimos la masa horneada con la mostaza y queso y se hornea hasta que se derrita el quesito y el hombre traga la salivación que evoca la imagen del queso derretido y la mujer ahora dedica su atención a las uñas de su mano izquierda, mientras que el hombre retoma su discurso y se pasea y gesticula enérgico frente a ella y ya mezclamos los huevos, el queso, la crema, las cebollas, llenamos la costra horneada, cubrimos generosamente con mas queso, y la mujer bosteza, y horneamos 20 minutos y ¡voila, el pastel de cebolla!, termina el hombre, extendiendo sus brazos como en una ofrenda triunfante.
Y la mujer entonces se para de la silla, coloca el cuaderno en la mesa, el lápiz sobre el cuaderno, mira hacia la breve cocina, mira al hombre que aun sonríe y dice “Lástima que no tengamos horno…”, y el hombre entonces se desinfla, va dejando caer los brazos antes extendidos, parpadea un par de veces y dice, “Así es…”, admite el hombre, ahora ya con los brazos caídos y mirando al suelo, cuando de súbito levanta la vista, con brillo renovado en los ojos, mira a la mujer, sonríe y ”Bueno, ¿y qué tal una tortilla de cebollas...?”
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